viernes, 14 de agosto de 2009

Extravíos

Las causas de la derrota electoral son internas. No ganó el PRI; perdió la estrategia de contraste. Veinticuatro días para elegir a un nuevo presidente son insuficientes con miras a definir un mandato claro para la nueva dirigencia. No renovar también al Comité Ejecutivo Nacional es una prueba más de ampulosa cerrazón. El proceso electivo interno está predeterminado en sus resultados. Someter una alternativa al escrutinio del Consejo Nacional, competir, es avalar una imposición. El partido demanda una candidatura de unidad. Se requiere otro Consejo Nacional, no éste, para abandonar la autocomplacencia y alumbrar la verdad. Con el fin de abandonar la simbiosis entre partido y gobierno, primero la reflexión, luego la elección.

Esta es una apretada síntesis del discurso que ha reunido a algunos panistas frente a la elección del nuevo presidente del PAN. No se trata de un discurso que resalte profundas diferencias ideológicas. Un debate que reclame énfasis en posiciones liberales o conservadoras; definiciones entre laicidad ilustrada o catolicismo militante. Tampoco reclama una revisión crítica de la agenda del partido. Pocas reflexiones se advierten sobre la posición del PAN en el espectro político y, en especial, ante las dos amenazas latentes a la democracia mexicana: el corporativismo —tanto en sus expresiones públicas como privadas— y los autoritarismos periféricos. Si bien ese discurso suele adornarse con prolijas referencias a los motivos espirituales de la fundación del PAN, resulta notoria la ausencia de definiciones concretas de política pública. Es argumento emotivo que apela al cambio democrático de estructuras, como decía Efraín González Morfín, pero no habla de fiscalidad, de política económica o monetaria, de la reordenación de prioridades del sistema productivo, de flexibilidad con justicia en el mercado laboral, de la calidad en la educación, de incentivos virtuosos a la ciencia y la tecnología más allá de la inversión pública, de eficacia de las instituciones del Estado.

Estas ausencias, esos silencios, tienen explicación. Ese discurso pretende una nueva correlación en la distribución del poder interno. En política, ese propósito es comprensible. Sin embargo, los propósitos políticos, en democracia, sólo tienen legitimidad si responden a la utilidad social. El llamado a deliberar y luego elegir busca una integración más favorable del Consejo Nacional para ciertas candidaturas. La renovación total del Comité Ejecutivo es la oportunidad de una nueva negociación que amplíe los márgenes de influencia en las decisiones del partido. Se aduce que la deliberación interna alumbrará la verdad, y se pone en duda la capacidad de los consejeros nacionales de elegir, en libertad y con autonomía de conciencia, a la nueva dirigencia nacional. Acusan de ilegítimas intromisiones y, al mismo tiempo, llaman a construir candidaturas de unidad al margen del Consejo. Convocan a recuperar la tradición democrática del PAN y proponen tirar al cesto de la basura las reglas que nos hemos dado.

En esa apelación discursiva a la idea original, se olvida que el PAN nació, frente al PRI, como un proyecto modernizador que entendía a la técnica como la pareja inseparable de la política, y frente a José Vasconcelos, como una apuesta civilizadora del apetito personal. El extravío de la idea original es el olvido de esa doble esencia: dejar de construir políticas públicas, para sólo debatir sobre los apetitos de poder.

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