lunes, 25 de enero de 2010

Entre la disputa y el encuentro

Frente a la posibilidad de que los partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática formen coaliciones electorales en algunos estados de la República, líderes priistas han deslizado sutilmente una advertencia: las coaliciones electorales con otros pondrían fin a cualquier coalición legislativa con el PRI para impulsar reformas en el Congreso. Para hacer creíble la advertencia, insisten en que son la mayoría legislativa, que sin ellos las reformas simplemente no pueden producirse, que tienen en sus manos el mayor número de los gobiernos estatales y municipales. Si no quieren que el PRI se enoje, no se les ocurra desafiar su poder regional. El argumento de la gobernabilidad es esgrimido por el principal partido de oposición con el fin de desalentar acuerdos electorales de sus adversarios. Para llevar la fiesta en paz con el gobierno de la República, el PAN debe permitir que el PRI mantenga intocadas sus posiciones. La contribución del PRI a la estabilidad y al desarrollo del país depende de que los gobernadores puedan heredar a los suyos las sillas del poder. La colaboración política como chantaje; la ingobernabilidad como amenaza.

El argumento da cuenta de la visión patrimonialista que aún persiste en el PRI. El poder es entendido como fuente de múltiples prerrogativas y pocas obligaciones. Es un haber con el que se puede especular para aumentar los gananciales. Si los ciudadanos le otorgaron una mayoría legislativa, pueden usar su capacidad de veto como instrumento para procurar su interés electoral. Ninguna deuda tienen para con los ciudadanos por la confianza que les han otorgado en las urnas. Ninguna responsabilidad concreta deriva del mandato popular.

El argumento revela, además, la incomodidad genética del PRI con la democracia. Como régimen que se asienta en la competencia plural, la democracia exige diferenciar los tiempos, los contextos, los tonos. Impone a los ciudadanos y a los políticos el deber de mudar de la disputa al encuentro y del encuentro a la disputa, sin subordinar lo uno a lo otro. Cuando la competencia electoral se cancela como condición al diálogo, la democracia deja de ser espacio público en el que personas e ideas se confrontan pacíficamente para definir el sentido y la dirección de las decisiones colectivas. Cuando el encuentro es imposible por el conflicto electoral, la democracia pierde su capacidad de cambio, deja de ser el medio para resolver problemas comunes.

Con su amenaza, el PRI enseña el fastidio que le produce la competencia democrática y sus dificultades para asumir el papel de oposición constructiva. El riesgo para la democracia mexicana no deriva de que las coaliciones se produzcan y el PRI, en consecuencia, opte por la senda de la obstrucción parlamentaria. El peligro radica en que el chantaje de la gobernabilidad germine como pedagogía política. Esa ruta no produce mejores condiciones de diálogo político pero sí amenaza la subsistencia de la democracia en su conjunto. Es mejor para la gobernabilidad democrática que el PRI aprenda a vivir entre la disputa y el encuentro.

lunes, 18 de enero de 2010

Facebook | Roberto Gil Zuarth

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La magia de Obama

20 de enero de 2009. En las calles de Nueva York, Chicago o Los Ángeles paseaba el júbilo, la emoción. En Washington, millones de personas soportaban el intenso frío para formar parte de ese breve suspiro de historia. El primer presidente afroamericano de Estados Unidos juraba el cargo con la mano izquierda sobre la misma Biblia que en 1861 atestiguó la toma de posesión de Abraham Lincoln. “Hoy estamos reunidos aquí porque hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia. Hoy venimos a proclamar el fin de las disputas mezquinas y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante tanto tiempo han sofocado nuestra política”. Obama no trazaba los objetivos de una administración gubernamental. El nuevo Presidente redactaba la narrativa de un cambio de época, de un nuevo momento en la historia del mundo, con unos Estados Unidos renovados al frente. Los tiempos aciagos debían enfrentarse con realismo y audacia, asumiendo riesgos y venciendo resistencias, aprendiendo del pasado, sin convertir su herencia en ancla de inmovilismo. En su primer discurso resaltaba la fuerza transformadora de la voluntad, la necesidad de fijar grandes ambiciones, la exigencia histórica de abandonar la estrechez de los intereses. Eso pretendía ser: un Presidente transformador, ambicioso, audaz.

20 de enero de 2010. A un año al frente de la nación más poderosa del mundo, las grandes transformaciones no han llegado. Su oferta de diálogo con Irán se enfrió en el silencio del régimen teocrático y de sus aliados. El cierre de Guantánamo quedó empantanado en el tedio de las formalidades. Su apuesta por una política exterior que reconcilie al mundo con la paz, varada en la necesidad de fortalecer la presencia militar en Afganistán. La intervención del gobierno para paliar la crisis económica es hoy el principal argumento de sus adversarios para situarlo en la orilla del socialismo. La reforma al sistema de salud puso en evidencia que su llegada no ha disuelto el poder de los intereses con residencia en Washington. La causa verde que había despertado la simpatía de muchos durante su campaña y, sobre todo, de los jóvenes, encalló en los nuevos equilibrios geoestratégicos, en las resistencias a reconvertir el sistema productivo global, en la inevitable fatalidad de los costos.

Las encuestas de popularidad reflejan una pérdida de 20 puntos. Hoy menos de la mitad de los estadunidenses aprueban su gestión. La prospectiva electoral anticipa una victoria holgada del Partido Republicano en las próximas elecciones legislativas. Obama invirtió su capital político en la reforma al sistema de salud a costa de un clima de opinión inclemente en su contra. Logró la reforma posible y un resultado nada despreciable. Tal vez Obama no pase a la historia por haber cumplido la misión que se impuso a sí mismo. Sí, sin duda, por haber logrado uno de los cambios legislativos más importantes desde el paquete de reformas que conformaron el programa del New Deal. A un año de su arribo, Obama es más conocido por sus discursos que por sus transformaciones. La fina e inteligente prosa que teje para situar los problemas y sus soluciones, su voluntarismo político, no han sido suficientes. La magia de Obama se desvanece. ¿Sí se puede?

martes, 12 de enero de 2010

Olvidos, silencios e incongruencias

El debate suscitado a propósito del desliz de ocho centavos, el 1% de aumento nominal, sobre el precio de las gasolinas que, en 2009, se mantuvo “congelado” como parte de las medidas que el Gobierno Federal adoptó para amortiguar los efectos de la crisis económica mundial, estuvo plagado de olvidos, silencios e incongruencias. Veamos.

Olvidos. La política de deslizamientos al precio de la gasolina se ha implementado en las últimas dos décadas, primero con fines recaudatorios y, después, para orientar decisiones de consumo y aumentar los recursos en la economía nacional. A pesar de esta política, tenemos gasolina más barata que en Estados Unidos, Brasil, El Salvador. Lo primero era posible cuando México no importaba gasolinas y el precio en nuestro país era mayor que el de Estados Unidos. En los últimos años ha aumentado la dependencia de gasolinas importadas (4 de cada 10 litros) y, desde 2004, el precio en México es menor que el precio en el extranjero. Esto significa que la gasolina se subsidia. Y es aquí donde aparecen los olvidos. En 1995, el año de la crisis que sí se originó en México, no se congeló el precio de las gasolinas, sino que, por el contrario, se ordenó un incremento de 35% en enero y aumentos mensuales de 0.8 por ciento. Al finalizar el año, las gasolinas eran 66% más caras. La medida que el gobierno priista adoptó para enfrentar la crisis que ellos mismos crearon fue aumentar el precio de la gasolina para hacerse de más ingresos. En cambio, el ligero desliz realizado en diciembre pasado tuvo como fin disminuir gradualmente el subsidio a ese combustible, para reducir la salida de dinero público hacia el extranjero y, también, lograr las metas que los diputados fijaron en el paquete económico para 2010.

Silencios. A pesar de que el precio de la gasolina se mantuvo congelado durante todo 2009, las entidades federativas recibieron íntegras las participaciones por venta de gasolinas. Estos recursos derivan de una modificación legal (2007) que ordenaba aumentos de 12 y 14 centavos para la Magna y la Premium, respectivamente, durante el primer semestre de 2009. Esto es, para fortalecer las finanzas de estados y municipios, el Congreso ordenó incrementos a las gasolinas. Ningún gobernador renunció a sus participaciones. Hubo 17 mil millones de pesos a noviembre de 2009 de recursos participados, 4 mil 500 de subsidio a los gobernadores dado el congelamiento del precio, pero todos en silencio.

Incongruencias. Mantener el precio de las gasolinas costaría 60 mil millones de pesos al año. Todo el programa Oportunidades y una y media veces el Seguro Popular. Pero sólo beneficia a 20% de la población con mayores ingresos. Es altamente regresivo. Sorprende que el PRD como oposición defienda esta política de subsidios y, como gobierno, promueva el aumento en el precio del transporte público. Ni que decir de la posición del Verde: nada más en México se escucha a supuestos ecologistas promoviendo, a través de la defensa de más subsidios, el consumo de combustibles contaminantes.

En el debate político sobran olvidos, silencios e incongruencias. Hace falta más memoria, responsabilidad, serenidad y, sobre todo, reformas.

lunes, 4 de enero de 2010

El silencio de los creyentes

Norberto Bobbio alertaba del error de definir la laicidad a partir de una determinada religión: la laicidad no es la acera opuesta a la del creyente, como tampoco define a un agnóstico o un ateo. La laicidad, dice Bobbio, es una actitud crítica para hilvanar ideas, religiosas o irreligiosas, según principios lógicos no condicionados por ninguna fe. Es duda sembrada en las certezas de cada uno; la capacidad para separar las esferas de competencia entre la organización civil y el adhesivo divino; para diferenciar la razón pública de las reacciones emotivas que se alimentan desde los fanatismos ideológicos de cualquier signo.

El opuesto de la laicidad es, según Bobbio, el comportamiento intolerante hacia las fes y las instituciones religiosas en nombre de valores laicos. La laicidad pierde su fisonomía libertadora cuando deja de ser actitud, método, y se convierte en ideología; cuando necesita armarse y organizarse hasta “convertirse en una Iglesia contrapuesta a otra Iglesia”. El espíritu laico, dice Claudio Magris, siguiendo la distinción bobbiana, está amenazado por un deterioro de los hábitos intelectuales que amenaza con convertirlo en “intolerancia, falta de crítica, agresiva suficiencia”. Son tan poco laicos “los mojigatos que se escandalizan ante los nudistas” como “aquellos nudistas que, más que desnudarse legítimamente por el placer de tomar el sol, lo hacen con la enfática presunción de luchar contra la represión”. La laicidad es tolerancia, diálogo, desmitificación, confrontación pacífica entre distintos seres y pareceres. Laico es, resume Magris, “quien sabe abrazar una idea sin someterse a ella, quien sabe comprometerse políticamente conservando la independencia crítica (…) quien está libre de la necesidad de idolatrar y de desacralizar (…) quien está libre del culto de sí mismo”.

Las amenazas a la laicidad no sólo vienen del dogmatismo religioso, sino también del radicalismo secular que bajo la aureola de nuevas causas sociales condena a la inquisición del ostracismo a quien piensa diferente. La laicidad no se garantiza en la desaparición de la fe, ni en la mordaza a los creyentes. Afirmar que quien profesa una fe tiene vedado el derecho a basar en ella las opiniones que vierte al espacio público, no sólo niega dignidad a seres humanos y recela de la neutralidad frente al hecho religioso que reclama la laicidad: desconfía en el fondo de la mayoría de edad de los ciudadanos.

Edgar Morin afirma que el dogmatismo progresista se había instalado en el hoyo negro del laicismo. La actitud de ciertos legisladores de la izquierda mexicana que, en nombre de los derechos humanos y del Estado laico, exigen el silencio de los católicos frente a la reforma del matrimonio entre personas del mismo género, es una clara expresión de la amenaza secular que pende sobre la laicidad. Quienes desde el púlpito parlamentario piden castigos ejemplares para clérigos no son laicos liberales: sólo fieles militantes de una religión que tal vez no adore a un dios, pero le sobra la intolerancia de quien le ha sido revelada una verdad y la asume como definitiva. La clerecía progresista en el hoyo negro de su agresiva suficiencia.

2009

Termina el año de las crisis globales. Como en ningún otro tiempo, el mundo entero vislumbró la intensidad de los problemas asociados a la globalización y la debilidad de los instrumentos para afrontarlos. La burbuja en los precios del petróleo aceleró la conversión productiva de los campos agrícolas hacia los biocombustibles. Este hecho económico, asociado al aumento del consumo de alimentos por parte de China, presionó sensiblemente al alza la demanda y, en consecuencia, a los precios. Pero, sin lugar a dudas, este año será recordado por la mayor crisis económica en los últimos 70 años y la primera con fisonomía global. Equiparable en su profundidad a la Gran Depresión de la década de los 30 del siglo XX, la de nuestros días, la de 2008-2009, la que mostró su cruel rostro con la quiebra de Lehman Brothers, sólo ha alcanzado, hasta ahora, el grado de gran recesión debido a que el periodo de impenitencia que trajo consigo parece que ya ha tocado fondo. Impredecible, destructiva, efímera y engañosa: así es la pandemia económica que el mundo entero vio pasar frente a sus ojos mientras muchos vitoreaban las virtudes del mercado sin controles, del “creacionismo” financiero, del Estado mínimo, de la capacidad autocorrectora de las economías, de la teoría de Gran Moderación (las mayúsculas enfatizan lo eufemístico del argumento) que pregona que los ciclos económicos tienden naturalmente al equilibrio. Sesenta millones de parados en las 30 principales economías de la OCDE, la peor caída de Wall Street desde 1820, la mayor contracción del comercio mundial desde 1945, son los recuerdos que 2009 deja a la posteridad.

El Estado-nación puede ser uno de los personajes de 2009. La crisis económica no derivó en un largo ciclo depresivo gracias a la intervención de los bancos centrales y de los gobiernos nacionales, a través, primero de planes de salvamento al sistema financiero y, después, mediante estímulos positivos a la demanda. La embolia del sistema capitalista puso en dimensión la precariedad de la gobernanza mundial. Las instituciones encargadas de civilizar la globalización quedaron reducidas a meras instancias de intercambio de las estrategias que cada gobierno local implementaba intuitivamente. Las nacionalizaciones, las inyecciones de capital, la política fiscal y la montería resurgen como estabilizadores frente al azar contingente del mercado. El Estado-nación en su cruel paradoja frente al mercado globalizado: víctima inerte de su fuerza incontrolable; solución parcial a sus contradicciones.

Difícilmente esta vuelta del péndulo reanimará la primacía del Estado-nación o hará retroceder la marcha de la globalización. No se advierte en el horizonte la intención de hacer del mundo un espacio público sujeto a reglas y mecanismos civilizadores. La cumbre sobre el cambio climático de Copenhague puso en evidencia que las dinámicas y tensiones globales se disuelven en una compleja red de interacciones bilaterales y regionales: Estados Unidos y China, Estados Unidos y Rusia, la Unión Europea, América Latina, Medio Oriente. Todos fuera de la ONU, todos a las orillas de la ley común.

2009 es el año de los problemas globales. 2010 será, eso parece, de resacas y poco más.