domingo, 14 de junio de 2009

La agenda del voto en blanco

De la protesta alumbrará un paquete de reformas. El mensaje dará nuevo impulso a las iniciativas pendientes. El voto blanco creará un contexto de exigencia que, tras la elección, inducirá transformaciones institucionales específicas. Sin ese contexto, los partidos evadirán las decisiones necesarias. El reclamo anulacionista es un mandato claro: democratizar el oligopolio partidario; ciudadanizar el poder frente a la partidocracia.
El discurso del voto en blanco parte de dos reducciones simplistas de la realidad. Por un lado, que todos los partidos y candidatos son iguales. No existen diferencias ideológicas y de actitud política entre los distintos partidos y, peor aún, entre las personas que se presentan como candidatos. Este argumento, sin embargo, no es acompañado de datos objetivos sobre el contenido de las plataformas, el perfil de los candidatos o, incluso, sobre el desempeño particular de cada uno en el espacio público. Paradójicamente, algunos de sus voceros son también adversos a las campañas de contrastes. Les irrita el debate que resalta las diferencias, pero combaten al sistema de partidos por su sórdida uniformidad.
En segundo lugar, el discurso anulacionista asume que existe pleno consenso social sobre una agenda de cambios institucionales y, por tanto, que el reparto del poder en las cámaras es irrelevante. En esta lógica antipolítica, lo que el país necesita es una condena expresada en votos nulos, no así mayorías que impulsen medidas concretas en el corto plazo. El voto en blanco es una apelación romántica a la capacidad persuasiva de un mensaje, no una apuesta por impulsar eficazmente un conjunto de iniciativas. No busca comprometer a los partidos políticos en una agenda determinada. No se preocupa por los votos que se requieren en el congreso para hacerla realidad.
Un ejemplo puede ilustrar las implicaciones de ambas reducciones. En los promotores del voto en blanco no existe consenso sobre la reelección legislativa y de alcaldes. Unos la promueven como parte de ese paquete de reformas que surgirá de manera natural como reacción a la protesta, mientras otros han defendido históricamente la tesis contraria. ¿Cuál es entonces el mensaje político de los anulacionistas sobre la reelección? ¿Un cambio constitucional que devuelva al ciudadano la capacidad de juzgar a sus representantes, o bien, la conservación de la actual prohibición? ¿Qué dirán los votos nulos el 6 de julio? ¿Con José Antonio Crespo o con Dulce María Sauri?.
En la proa del voto en blanco hay propuestas. Una nueva reforma electoral para reducir el monopolio de los partidos en el debate público, la reducción del número de diputados y de senadores, la reelección legislativa y de alcaldes, mayor transparencia en el poder legislativo. Todas estas propuestas están incluidas en la plataforma del PAN. Si lo importante es la agenda, ¿por qué los anulacionistas no promueven el voto a favor de quienes defienden esas reformas? ¿Por qué no exigen definiciones a los partidos sobre estos temas? ¿Por qué no construir una mayoría que las promueva?.
Las reformas se edifican con debate y con votos. En las campañas los partidos hacen propuestas y los ciudadano las apoyan o las rechazan en las urnas. La elección es mayoría que fija prioridades. La política pierde su capacidad transformadora cuando se reduce a la fácil cantaleta de que “todos son iguales”. Porque esa cantaleta no sirve para definir mayorías.

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