domingo, 7 de junio de 2009

Voto en blanco



Según sus promotores, México está viviendo una crisis de representación política. Los partidos procuran su propio interés y no se ocupan de las necesidades de los ciudadanos. La participación política está monopolizada por políticos mezquinos. El sistema de partidos debe ser herido en su legitimidad. El voto en blanco es la vía para expresar que los ciudadanos no encuentran eco a sus demandas. Es el medio para forzar a los gobernantes a hacer las reformas necesarias. Es castigo que alumbrará una clase política sensible al auténtico querer ciudadano.

Como expresión de una opinión política, el voto en blanco no sólo es respetable, sino también atendible. Los partidos se deben a los ciudadanos y tienen el deber de solucionar los problemas de la convivencia social. Con cierta frecuencia, las reformas necesarias naufragan en el cálculo de la rentabilidad electoral inmediata. Las decisiones políticas se aplazan para eludir los costos presentes. Sin embargo, como acción política transformadora, el voto en blanco es decisión de suma cero. No es acción colectiva con rumbo claro. Si el voto sirve para habilitar a personas a tomar decisiones y para fijar el punto de partida de esas decisiones, el voto en blanco se agota en la expresión de un rechazo. El voto en blanco no es mandato reformador. Cuando anula su voto, el elector renuncia a perfilar qué tipo de gobernantes prefiere; abdica a su derecho de fijar las prioridades de la política.

Tampoco incide en la asignación de los espacios de poder. Como afirma José Woldendberg, independientemente de cuántos votos reciban los partidos y candidatos en su conjunto, de la elección resultarán las futuras autoridades. El voto en blanco es voto nulo y, por tanto, no cuenta. No existen las condiciones institucionales para materializar, en su propia dimensión, esa expresión política. La acción consciente de rechazar a la clase política se confundirá, en la aritmética, con el elector que se equivocó al expresar su voto, o con aquél que decidió votar por sí mismo.

Otros factores incidirán en la magnitud de los votos nulos. Por ejemplo, la reforma electoral modificó el régimen de las coaliciones. Los partidos coaligados compiten con emblemas por separado y la eficacia del voto a una coalición tiene distintas modalidades. El margen de error es mayor que en elecciones precedentes. Si aumentan los votos nulos en esta elección, no necesariamente será como resultado de la adhesión ciudadana a ese argumento.

El parto democrático requirió, como condición de posibilidad, fortalecer al sistema de partidos. La competencia electoral que hoy se traduce en pluralidad política decisoria, es resultado de una apuesta por marcos institucionalizados y estables de representación. Los partidos políticos son acicates de responsabilidad, correas de transmisión del juicio ciudadano sobre el desempeño de los gobernantes. La debilidad del sistema de partidos no aumenta la calidad de la democracia, ni devuelve al ciudadano la centralidad política. El espacio que se expropia a los partidos no es llenado por más ciudadanía. En ese espacio generalmente se recrean las actitudes populistas o la inconfesable estrategia de instituir el régimen del rey filósofo.

En el llamado al voto en blanco anida el peligro de la autocracia. El 6 de julio alguien tendrá la tentación de proclamarse a sí mismo como la encarnación de la voluntad en blanco expresada en las urnas. Y, por cierto, también de los votos nulos.

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