jueves, 2 de julio de 2009

El mesías en Iztapalapa



“No te las vayas a creer”, le espetó el mesías. Todo se lo deberás al movimiento y ante el movimiento responderás. Las fatalidades de la política, esa fortuna de la que hablaba Maquiavelo para explicar la azarosa circunstancialidad a la que se enfrentan los hombres de poder, puso a Rafael Acosta, alias Juanito, frente a la mirada del omnisciente líder. Lo eligió a él para corregir una “injusticia”, para subsanar la “infamia” del fallo judicial que anuló casillas y que, en consecuencia, revirtió el resultado de la contienda perredista por la candidatura a la jefatura delegacional de Iztapalapa. Todos a votar por el candidato del Partido del Trabajo, instruyó el caudillo. Juanito, disciplinado como siempre, cederá su lugar. Clara Brugada será la ungida, pese a quien le pese. Es mandato del “Pueblo”, recuerda el mesías.

Para que sus designios se cumplan, el movimiento debe mandar al diablo a algunas instituciones. Ya no al Tribunal Electoral que emitió el fallo o al Instituto Electoral del Distrito Federal que debe cumplirlo, sino al PRD, al jefe de Gobierno y a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. El soberano perfila ante sus aplaudidores la estrategia: el movimiento hace ganar a Juanito, éste de inmediato renuncia, el jefe de Gobierno propone a Clara Brugada como sustituta y la Asamblea Legislativa la aprueba. Los dispositivos legales para suplir la ausencia de un cargo público electo son herramientas al servicio del mesías. Las autoridades que intervienen en esos procesos, también. En nada preocupa la necesaria acción colectiva que la estrategia del líder presupone, ni los resortes del pluralismo político. La opinión de sus destinatarios es irrelevante. Frente a sí no hay mujeres y hombres libres, sólo fieles seguidores de la causa, su causa. El líder ordena a sus huestes movilizar el voto para ganar la elección y a los ciudadanos a modificar su preferencia; decide el sentido de una medida que corresponde en exclusiva a una autoridad establecida; se asume por encima de la representación popular en la ciudad. Ninguna institución es obstáculo a su voluntad. Todos están a su disposición y le tributan pleitesía. “El movimiento soy yo”.

El episodio de Iztapalapa no aporta nada nuevo sobre el talante autoritario de López Obrador. No hay tampoco novedades sobre la vida interna del PRD. El partido de la izquierda no puede liberarse de sus dogmatismos y de sus dogmáticos. En su seno anida el huevo del autoritarismo populista y se recrea el desprecio a los instrumentos civilizatorios de la democracia liberal. El episodio, sin embargo, dice mucho sobre Marcelo Ebrard. La tibieza inicial para confesar que nadie le había consultado, terminó en una incomprensible defensa de la legitimidad de la estrategia. Lo dicho y, sobre todo, los silencios públicos del alcalde expresan que no está dispuesto a defender su autonomía frente a su ex jefe. Es una foto del secuestro político en el que vive el jefe de Gobierno. Los circuitos de interés corporativo estrangulan sus márgenes de decisión política. Es crónica de la imposibilidad de Marcelo Ebrard para dejar de vivir a la sombra del caudillo y construir un liderazgo propio. Una muestra de que en la Ciudad de México sigue mandando Andrés Manuel López Obrador.

El mesías en Iztapalapa dejó en claro que Marcelo Ebrard aún no le disputa la candidatura presidencial para 2012. O, quizá, que para el mesías ese desafío simplemente no es creíble.

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