lunes, 8 de febrero de 2010

La dictadura de la primera plana

La primera plana desata una ola de reacciones. Legisladores muestran su indignación frente a la revelación periodística. La noticia narra que a los jubilados se les está reteniendo impuestos. Detrás de las referencias a expertos y de las declaraciones de los afectados, se desliza el argumento moral que motiva la nota: la voracidad fiscal del gobierno no tiene límites y alcanza, incluso, a aquellos que en la recta final de su vida subsisten con el producto de años de trabajo. La complejidad de la estructura fiscal del sistema de pensiones reducida a una nueva afrenta para los más pobres. De inmediato, protestas en la tribuna, anuncios de iniciativas que corregirán el agravio, clamores para citar a comparecer a este o a aquel funcionario. La representación popular activa sus facultades según los dictados de las ocho columnas. Nadie llama a revisar con serenidad la cuestión. Nadie escapa a la contingente inmediatez de la noticia.

Este caso ilustra bien la habitual subordinación del discurso político al discurso periodístico. Nuestra democracia está afectada por la incontinencia verbal de los políticos, por su imposibilidad para trascender el ritmo del quehacer mediático, su incapacidad para plantear las distintas aristas de los problemas. Entre ambos discursos no hay diálogo. Son proyecciones del discurso social, pero no interactúan para encontrar equilibrios reflexivos. En el caso concreto, el discurso político no evidenció que, desde 1979, los ingresos por pensiones y jubilaciones están exentos hasta los poco más de 15 mil pesos mensuales. Antes de ofertar medidas legislativas, el discurso político olvidó que 98% de los pensionados y jubilados se encuentran en ese supuesto de exención y que, por tanto, ampliar ese beneficio fiscal supone invertir 600 millones de pesos anuales en beneficio sólo de 50 mil personas de altos ingresos. Tampoco la congruencia fue obstáculo: los mismos que afirman que se deben disolver los privilegios creados por los regímenes fiscales especiales, son los mismos que ahora piden que no paguen impuestos los pensionados de la iniciativa privada, de los bancos, los ex presidentes y todos aquellos que en función de haber percibido altos ingresos de cotización, lograron un retiro holgado. El discurso político no repara en las implicaciones: extender, como entusiastamente lo proponen, la exención a todos los tramos de ingresos por pensiones, incentivaría a planeaciones fiscales agresivas para evitar la carga fiscal sobre ingresos presentes a cambio de una mayor utilidad al momento del retiro, lo que a su vez alentaría el uso de los sistemas privados de pensiones. Vaya paradoja: los que hoy se autodefinen como los defensores de los sistemas públicos son quienes, embelesados por una fotografía en los periódicos, terminan inconscientemente impulsando su debilitamiento.

El discurso político está paralizado en la reacción a las notas de prensa. Ha renunciado a esa dimensión pedagógica que resaltaba Ortega y Gasset. No suministra información y razones para situar los contornos de los problemas y de sus soluciones. El discurso político y, al final de cuentas, la política, atrapados en la glosa del hecho o en el eco de las indignaciones publicadas. La política como súbdita en la dictadura de las primeras planas.

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