lunes, 21 de septiembre de 2009

Paquete económico

La discusión sobre el paquete económico ha concluido en una primera etapa. No me refiero a una etapa procedimental o formal, sino a una esencialmente política. La tramitación parlamentaria de las distintas iniciativas fiscales y presupuestarias se inicia con un debate público a propósito de su presentación. Esa es la lógica de la obligación constitucional, del secretario de Hacienda, de comparecer ante los diputados para dar cuenta de su contenido. Es explicable que en esta primera etapa los argumentos de las distintas fuerzas políticas no tiendan hacia un equilibrio reflexivo. El contexto incentiva a resaltar las diferencias. El siguiente paso es la discusión en las comisiones. En esos pequeños espacios deliberativos, las posiciones de los distintos jugadores se modifican considerablemente. Se abre espacio a las razones técnicas, al análisis de los detalles, a la transacción política. La fría serenidad que impone el trabajo de las comisiones motiva actitudes cooperativas. Surgen entonces zonas de consenso que en una discusión general parecen inalcanzables. El proceso parlamentario es justamente combinación de momentos y ambientes, para procesar disensos y alumbrar acuerdos.

Durante estas primeras horas de discusión del paquete económico se han escuchado esencialmente dos objeciones.

Se ha dicho que es inadecuado para superar la crisis que nos aqueja. Este argumento parte de un diagnóstico falso. El problema del país no es una crisis que ya tocó fondo, una coyuntura que el mundo empieza a superar. Lo que debemos resolver es el agotamiento inminente de las reservas de petróleo y, en particular, el declive progresivo de los ingresos petroleros. Se estima que para 2015 la producción será insuficiente para satisfacer la demanda interna, lo que significa que dejaremos de exportar crudo y de recibir dólares por ese concepto. El país necesita encontrar una fuente alterna de financiamiento a su desarrollo. Sólo existen dos opciones: una mayor presión fiscal o deuda. Y la decisión se puede postergar, pero no evitar: tarde o temprano tendremos que aprender a vivir sin petróleo.

Se ha aducido que mientras otros países bajan impuestos y recurren al déficit fiscal como medidas para sortear la crisis, el paquete económico propone exactamente lo contrario. La situación mexicana no es igual a la de otras naciones. México recauda muy poco en comparación con otras economías. La bonanza petrolera generó una fiscalidad esencialmente débil. ¿Para qué preocuparse por generar ingresos tributarios propios si ahí estaba el petróleo para sacarnos de apuros? Sin una plataforma de ingresos estables, la deuda puede superar la capacidad de pago y, además, cuesta más cara, para compensar el riesgo. Recurrir al ahorro externo o al interno de manera imprudente, presiona al alza el tipo de cambio, las tasas de interés y la inflación. Tres efectos poco convenientes para recuperar el ritmo de nuestra economía.

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