lunes, 4 de enero de 2010

2009

Termina el año de las crisis globales. Como en ningún otro tiempo, el mundo entero vislumbró la intensidad de los problemas asociados a la globalización y la debilidad de los instrumentos para afrontarlos. La burbuja en los precios del petróleo aceleró la conversión productiva de los campos agrícolas hacia los biocombustibles. Este hecho económico, asociado al aumento del consumo de alimentos por parte de China, presionó sensiblemente al alza la demanda y, en consecuencia, a los precios. Pero, sin lugar a dudas, este año será recordado por la mayor crisis económica en los últimos 70 años y la primera con fisonomía global. Equiparable en su profundidad a la Gran Depresión de la década de los 30 del siglo XX, la de nuestros días, la de 2008-2009, la que mostró su cruel rostro con la quiebra de Lehman Brothers, sólo ha alcanzado, hasta ahora, el grado de gran recesión debido a que el periodo de impenitencia que trajo consigo parece que ya ha tocado fondo. Impredecible, destructiva, efímera y engañosa: así es la pandemia económica que el mundo entero vio pasar frente a sus ojos mientras muchos vitoreaban las virtudes del mercado sin controles, del “creacionismo” financiero, del Estado mínimo, de la capacidad autocorrectora de las economías, de la teoría de Gran Moderación (las mayúsculas enfatizan lo eufemístico del argumento) que pregona que los ciclos económicos tienden naturalmente al equilibrio. Sesenta millones de parados en las 30 principales economías de la OCDE, la peor caída de Wall Street desde 1820, la mayor contracción del comercio mundial desde 1945, son los recuerdos que 2009 deja a la posteridad.

El Estado-nación puede ser uno de los personajes de 2009. La crisis económica no derivó en un largo ciclo depresivo gracias a la intervención de los bancos centrales y de los gobiernos nacionales, a través, primero de planes de salvamento al sistema financiero y, después, mediante estímulos positivos a la demanda. La embolia del sistema capitalista puso en dimensión la precariedad de la gobernanza mundial. Las instituciones encargadas de civilizar la globalización quedaron reducidas a meras instancias de intercambio de las estrategias que cada gobierno local implementaba intuitivamente. Las nacionalizaciones, las inyecciones de capital, la política fiscal y la montería resurgen como estabilizadores frente al azar contingente del mercado. El Estado-nación en su cruel paradoja frente al mercado globalizado: víctima inerte de su fuerza incontrolable; solución parcial a sus contradicciones.

Difícilmente esta vuelta del péndulo reanimará la primacía del Estado-nación o hará retroceder la marcha de la globalización. No se advierte en el horizonte la intención de hacer del mundo un espacio público sujeto a reglas y mecanismos civilizadores. La cumbre sobre el cambio climático de Copenhague puso en evidencia que las dinámicas y tensiones globales se disuelven en una compleja red de interacciones bilaterales y regionales: Estados Unidos y China, Estados Unidos y Rusia, la Unión Europea, América Latina, Medio Oriente. Todos fuera de la ONU, todos a las orillas de la ley común.

2009 es el año de los problemas globales. 2010 será, eso parece, de resacas y poco más.

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