lunes, 23 de noviembre de 2009

Un presente para México

En la edición de noviembre de la revista Nexos, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín publican un sugerente ensayo sobre el futuro de México. El texto gira en torno a una idea: el país vive un momento de irresolución por su incapacidad para superar la herencia de su pasado y de redactar una nueva épica de futuro. Para sortear ese momento, afirman, es preciso persuadir a la clase media de que tome las riendas de la transformación social. El futuro, parece ser el consejo, debe construirse desde la virtud del “término medio”. Con un indiscutible aroma aristotélico, Castañeda y Aguilar entienden que en la clase media mexicana del siglo XXI está el motor moral del cambio: en la ciudadanía susceptible a la globalización y abierta al mundo; en la oscilante voluntad electoral que disuelve el veredicto del voto duro; en el individuo que padece la ineficacia del Estado y la voracidad de los monopolios públicos y privados; en los trabajadores formados en la cultura del empeño; en el pequeño empresariado emprendedor; en el consumidor que satisface necesidades más allá de la mera subsistencia; en los millones que pagan impuestos y se someten voluntariamente a la ley; en la silente mayoría que pocas veces se moviliza y, al mismo tiempo, no tiene los medios para influir en las decisiones políticas.

En esa evocación a la clase media radica la clave del propósito político de Castañeda y Aguilar. Martín Lutero clavó sus 95 tesis en las puertas de la iglesia de Wittenberg como un desafío a la Iglesia. Castañeda y Aguilar clavan su proclama en las puertas de la elección de 2012, en la que, sin duda, la clase media será factor decisivo. El proceso electoral debe ser, a su juicio, ocasión para un refrendo sobre el futuro. Trazar una ruta de modernidad exige que el dilema del ciudadano frente a las urnas no sea en torno a personas o partidos, sino una apuesta por un programa, una agenda de soluciones a los problemas ya conocidos y muchas veces diferidos. Paradójicamente, proponen salir del pasado recurriendo a la vieja retórica de la refundación sexenal de la República: la elección presidencial como el salto cualitativo entre las desventuras del presente y el futuro prometedor; la campaña presidencial como interludio político para trazar la narrativa que desate el entusiasmo colectivo y el empeño reformador; el Presidente electo como el gran orquestador de un mañana esplendoroso, con mayor razón si proviene de una coalición ciudadana o de una concertación nacional que trascienda la mezquindad de los políticos.

Gilles Lipovetsky afirma que el futuro hay que construirlo al mismo tiempo que el presente. El momento de irresolución que enfrenta el país exige desatar hoy las energías de cambio. Diferir las soluciones a la próxima convocatoria electoral es un desperdicio de tiempo. Es hora de clavar proclamas en la clase política para inducir a las reformas, de crear un contexto de exigencia que venza a la inacción, de abandonar esa estéril lógica de que sólo se define futuro en el momento electoral. Es tiempo de movilizar a la sociedad entera para que demanden resultados a sus gobiernos, como ciudadanos actuantes y no como meros electores.

No hay futuro para México sin presente, sin ese presente que a veces se olvida construir.

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