lunes, 2 de noviembre de 2009

Entre lo deseable y lo posible

La distinción entre lo deseable y lo posible ha servido para justificar dos males políticos: el voluntarismo y la ineficacia. Lo deseable ampara la creencia de que la convicción es suficiente para transformar la realidad, que basta con militar devotamente en torno a ella para generar bienes públicos, que la voluntad hecha discurso es el factor de cambio moral y político. Lo posible deposita el valor del resultado en el resultado mismo: es argumento que impide el juicio de la decisión política bajo el imperativo de la eficacia. Si lo deseable evade los costos de la cooperación en la fidelidad a los principios, lo posible endulza la incapacidad para utilizar los instrumentos del poder y persuadir a la acción colectiva. Lo deseable y lo posible son dos formas políticas de la renuncia: de un lado, la claudicación a conciliar distintos intereses, a construir un equilibrio entre la convicción propia y la razón del diferente; del otro, la renuncia a la política como acicate para incitar a las definiciones, de la política que acorrala u oxigena, que atribuye responsabilidades o asigna créditos, que no es mera resignación frente al deseo del adversario.

Para unos, el paquete fiscal aprobado es reprochable porque está lejos de lo deseable. Para otros, es correcto desde la simplicidad de lo posible. Este juicio abstracto desprecia el examen de su contenido. Para los voluntaristas, son medidas que no atienden la esencia del problema, que se extraviaron en la inercia de la coyuntura. Si los políticos fueran patriotas, se dice desde el púlpito de lo deseable, hubieran tomado sanas decisiones, esas decisiones obvias que los políticos pueden advertir sin las anteojeras del interés parcial. Desde la candidez de lo posible, es el paso que el país esperaba para preparar su desarrollo futuro. Su existencia misma —el hecho de su aprobación— es la regla y medida de su valor. Lo que importa es que se logró; todo lo demás es irrelevante.

El paquete fiscal tiene, como toda política pública, aciertos e insuficiencias. Sus aciertos están en la prudencia al recurso del déficit; en la serenidad frente a la incertidumbre del petróleo; en el hecho de que los gravámenes al consumo son, después de casi 14 años, objeto de discusión y de decisión; en la racionalización de un régimen fiscal —la consolidación— que se ha convertido en un privilegio para los que más tienen. Sus insuficiencias residen en aquello que la política no consiguió: cerrar los huecos de la fiscalidad, ampliar la base con un impuesto que cruce toda cadena de producción y consumo y que genere incentivos y controles para el pago de los tributos.

Lo deseable debe fijar el piso de las decisiones futuras; lo posible, situar el contexto en que cada decisión se adopta. Ese es el sentido de la realidad del que hablaba Isaiah Berlin o el instinto histórico de Ortega y Gasset. Este ciclo fiscal abrió debates y puso en evidencia la necesidad de decidir. Es hora de una reforma fiscal que no se quede en el discurso de lo deseable ni en la claudicación de lo posible.

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